Carlos de Dios Murias


 En los primeros meses de 1976 Fray Carlos de Dios Murias se instaló en Chamical. Se cumplía así su anhelado proyecto de insertarse en la pastoral de Mons. Angelelli, a quien conoció en sus años de estudiante universitario en Córdoba; y lo ordenaría sacerdote el 17 de diciembre de 1972. Nació en Córdoba el 10 de octubre de 1945. Su niñez y su adolescencia transcurrieron en la ciudad de Córdoba, Villa Giardino y San Carlos Minas. Finalizado los estudios secundarios en el Liceo Militar Gral. Paz, inició los universitarios, que abandonó dos años después yéndose a vivir por un tiempo con su padre en el campo de San Carlos Minas. Fueron los meses de reflexión que le ayudaron a definir su vocación.
En sus años de Liceo, donde egresó en 1963, entabló relación con el capellán militar P. Fulgencio Rojas, que vivía en el Hogar Sacerdotal, próximo a la Capilla de Cristo Obrero, que estuvo a cargo del P. Angelelli hasta que lo nombraron obispo en 1961. “Carlitos”, como lo llamaban, se vinculó allí con la juventud universitaria cuando se inscribió en la facultad de ingeniería. Fueron los años 1964 y 1965, cuando el arzobispo Primatesta creó la parroquia universitaria en Cristo Obrero, que tuvo efímera existencia ya que luego de la huelga de hambre estudiantil de 1966, se puso fin a la experiencia. Pero ya en enero de ese año Carlos Murias había ingresado a la orden franciscana de los Frailes Menores Conventuales. Encontró allí el ideal franciscano de pobreza y obediencia iniciando su formación religiosa durante seis años.
Sus primeros destinos pastorales fueron en Moreno (1973) y luego en José León Suárez (1974), donde pudo encauzar con entusiasmo su predilección por los más pobres y por los jóvenes. Estabilizó una personalidad que contagiaba solidaridad, alegría y anhelos de justicia. Uno de sus cofrades lo recuerda de “carácter vehemente, de profunda convicción evangélica y comprometido cotidianamente a llevarlas a la práctica. Soñador, optimista, alegre y valiente. No evitaba el conflicto, cuando su conciencia se lo dictaba”.
En su práctica pastoral “estaba abocado, que a partir del Evangelio la gente tomara conciencia de su realidad, tanto espiritual como social, para generar un compromiso con la comunidad”, dijo una de las jóvenes participantes de las actividades promovidas desde el convento de la Inmaculada Concepción, en la diócesis de San Martin. 
En 1975 estuvo de reemplazo durante un mes en la Vicaría parroquial de Saldán (Córdoba). Luego, porque “nunca es tarde para encontrar el propio camino”, estuvo unos meses en Chamical, preparando la presencia franciscana en una pastoral de conjunto que tuvo a los pobres en el centro de su accionar. “La gente es macanuda y está muy contenta conmigo, están ya rezando para que me quede y abramos una fraternidad, ojalá se pudiera concretar. Sería abrir una ventana a la vida para la Orden”, le escribió a un fraile amigo en junio del 75. En mayo el Superior de los conventuales a la vez que alentaba su actividad apostólica le había recordado que debía concluir estudios pendientes, y en julio esperaba tenerlo en Buenos Aires; donde por otra parte tuvo por compañeros a tres seminaristas riojanos que el obispo Angelelli había llevado al Colegio Máximo de los jesuitas.
En febrero de 1976 Fray Carlos fue destinado al Convento de Saldán (Córdoba). Desde allí fue acercándose al que sería su destino definitivo en Chamical, colaborando con el párroco Gabriel Longueville. El 6 de mayo Mons. Angelelli institucionalizó esta ayuda nombrándolo Vicario Cooperador.
Como si presintiera un final cercano, fueron meses intensos en entrega al servicio de lo que era su opción de vida, pero también la de la diócesis riojana: Los pobres y los jóvenes. En Chamical quedaron resonando sus valientes predicaciones cuando avanzaba la represión política acentuada a partir del golpe militar de 1976. En mayo, apenas prohibieron por segunda vez las misas radiales del obispo, predicó: “Podrán acallar la voz de Carlos Murias o la de nuestro obispo Enrique o la de cualquier otra persona en cuanto tal, pero jamás la de Cristo que clama justicia y amor desde la sangre del justo Abel hasta la que en sudores de sol a sol es derramada por nuestros hacheros”. 
A los pocos días los sacerdotes fueron citados a la Base de la Fuerza Aérea, donde los vicecomodoros Lázaro Aguirre y Fernando Estrella y el Alférez Pezzetta, le hicieron sentir el peso de la vigilancia. Sus predicaciones eran ostensiblemente grabadas. A partir de 1976 la Base militar se convirtió en centro detención y torturas. 
MARTIRIO Y JUSTICIA 

En el juicio penal del 2012 el Tribunal Federal de La Rioja detalló los hechos criminales, afirmando que el 18 de julio, mediante engaño los sacerdotes de Chamical fueron privados de su libertad y llevados en un Ford Falcon color oscuro, aproximadamente a las 21,30 hs, saliendo del domicilio de las religiosas donde habían cenado, hacia el sur hasta un descampado cerca de las vías férreas, donde fueron maniatados y vendados con una cinta de quince centímetros de ancho. Habiéndoseles sumado otro vehículo, a siete kilómetros ni bien descendidos del automóvil cruzaron el terraplén de unos cinco metros de altura por el cual se erigen las vías del ferrocarril. Previamente había sido cortado uno de sus hilos de alambre de púa. Allí “sus captores en un número no menor a cinco personas dispararon sus armas a quemarropa […].En el caso particular de Murias – dijeron los jueces - recibió mayor cantidad de disparos en su zona abdominal lo cual no le produjo la muerte inmediata, habiéndosele disparado posteriormente en el rostro y en la cabeza, a corta distancia, lo cual produjo además de su muerte, que su rostro quedara prácticamente irreconocible.” 
Todo esto sucedió entre las 22 y 22,30 hs., del mismo 18 de julio de 1976. Por el reducido tiempo entre el secuestro y la muerte, los jueces descartaron que hubiesen sido conducidos a la base aérea militar, habiéndose producido los hechos criminales en forma directa según lo relatado. Fueron condenados como autores responsables el general Luciano B. Menéndez, el Vicecomodoro Fernando Estrella y el Comisario Domingo Vera, quien ordenó liberar la zona para el ingreso de autos y personas que no eran del lugar. Como autores directos del crimen el Tribunal señaló a la conocida banda paramilitar de Aníbal Gordon, fallecidos, aunque las pruebas obrantes no llegaron al grado de certeza requerido judicialmente.
Hubo una segunda sentencia judicial en abril del 2015 que condenó también a prisión perpetua al ex alférez de inteligencia de la base aérea Ángel Ricardo Pezzetta, como autor mediato penalmente responsable. 























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