Gabriel Longueville


El Padre Gabriel llegó a La Rioja en los primeros meses de 1971, poco antes de cumplir 40 años de edad y catorce de sacerdote. Antes estuvo en Corrientes, adonde había llegado en 1970, luego de estar unos meses en Cuernavaca (Méjico), desde que partió de su Francia natal en septiembre de 1969. 
 De familia campesina nació en Etables el 18 de mayo de 1931. En 1942 ingresó al Seminario de Viviers. Desde 1952, durante cuatro años estuvo incorporado al servicio militar. Fue durante el período de la guerra colonial francesa contra los que luchaban por la independencia de Argelia.
Si bien como seminarista integraba el equipo de la capellanía militar, la dura experiencia de lo que vio y vivió allí lo marcaría profundamente para evaluar el rol de las dictaduras militares en América Latina cuando se integró a esta realidad a fines de la década del 60. Ejerció el sacerdocio en su diócesis de origen durante doce años, siendo profesor de idiomas en el Seminario Menor y vicario parroquial. Durante 1968 había madurado su decisión de incorporarse como sacerdote “fidei donum”, una opción para los sacerdotes diocesanos, promovida por la encíclica “Fidei Donum” de Pio XII, que alentaba comprometerse en la acción misionera en países donde había que extender el “regalo de la fe”. 
En 1969 se concretó el convenio entre la diócesis de Viviers y la arquidiócesis de Corrientes, a cargo del Arzobispo Francisco Vicentín. En enero de 1970 llegó a Corrientes. Fue designado para establecerse donde ya estaba otro misionero francés en una zona de la periferia urbana con mucha pobreza y una profunda religiosidad. Allí conoció a sacerdotes del Movimiento del Tercer Mundo, surgido en 1968. Su mansedumbre y fidelidad a sus opciones serían tan contundentes como la radicalidad de sus definiciones. Así, a poco de compartir la realidad pastoral correntina le tocó asistir a un serio enfrentamiento de algunos sacerdotes con el arzobispo Vicentín, que dispuso la suspensión de algunos y la excomunión de otro. Fue un conflicto con sacerdotes comprometidos con los pobres en parroquias de barrios populares que también se repitió en otras provincias argentinas.
Cuando en Corrientes los sacerdotes se solidarizaron con los sancionados, el arzobispo Vicentín adoptó medidas disciplinarias en represalia. En el caso de los franceses, dispuso su expulsión. Ya había tenido con el P. Gabriel algunos inconvenientes por su oposición a que trabajara como obrero de la construcción. Según el arzobispo ese trabajo manual afectaba la “dignidad” de sus manos sacerdotales. 

EN CAMINO A LA RIOJA 

En febrero de 1971 llegó a La Rioja. La conversación con Mons. Angelelli le abrió positivas perspectivas a su vida sacerdotal. Acordaron que se radicaría en la ciudad de La Rioja, que se haría cargo de una capilla y que viviría de su trabajo como artesano de la madera y escultor. Menos de tres meses duró su estadía en un barrio de la periferia riojana, porque el obispo le pidió que acompañase al nuevo párroco de Chamical. En mayo de 1971 fue designado Vicario Cooperador y poco después párroco al renunciar el titular. 
Su manera de ser, sencillo, amable, servicial, hizo que se le abrieran las puertas de los hogares chamicalenses, especialmente de los más humildes, a quienes visitaba andando en su bicicleta. Su parroquia además de la ciudad, tenía jurisdicción en una decena de poblaciones, algunas pequeñas, otras distantes. Empezó trabajando en una carpintería dos días a la semana, como forma de compartir la suerte de la parte más humilde de la población. A partir de esta experiencia surgió el proyecto de una cooperativa dedicada a la fabricación de objetos de madera como oportunidad laboral para los más jóvenes. Algunas familias más pudientes que concurrían a la parroquia no veían con buenos ojos este trabajo del sacerdote, y le ofrecían que fuera profesor de idioma de sus hijos. De hecho por un tiempo dio clases de inglés en un Instituto dependiente de Cambrigde. Pero su opción fue siempre clara y definitoria. Mientras más se adentraba en la realidad de cada sector del pueblo, más sentía la obligación de comprometerse en propuestas concretas para la dignidad de los más pobres.
En la Navidad de 1971, un periódico de Francia publicó una extensa entrevista donde el P. Gabriel describió la realidad de los pobres con los que convivía en los llanos riojanos, especialmente la situación de las empleadas domésticas, los peones rurales y la lamentable situación de los hacheros, “con niños que trabajan desde los 12 años hasta ancianos de 72, sin obra social y mal pagos”. Contaba que los domingos se realizaban reuniones para formar el sindicato. 
Promovió la formación de una cooperativa de tejedoras de lanas y centro de costura, como capacitación laboral para las empleadas domésticas, a la vez que compartir en comunidad problemas e inquietudes propias de la condición de mujeres trabajadoras. Algunos de estos proyectos no llegaron a finalizarse. Era su propósito construir con sus propias manos de albañil el salón comunitario donde se realizarían los encuentros formativos.
Superando su formación europea “secularizada” se compenetró con la pastoral riojana que proponía evangelizar asumiendo las devociones populares. “Es verdad que al principio teníamos una mentalidad demasiado en romper todo esto, pero es necesario caminar más al ritmo de la gente”, dijo en alguna oportunidad. Plenamente integrado al decanato de los Llanos vivió las vicisitudes de la pastoral diocesana, reclamando incluso a nivel personal ante la Jerarquía Eclesiástica el apoyo a su Obispo Enrique Angelelli, ante la dura persecución que se intensificó en los últimos años. 
Después del último viaje a Francia en 1975 supo que su destino estaba jugado junto a los pobres de La Rioja, en el compromiso asumido por toda la iglesia diocesana.

 
 
Fuente Tiempo Latinoamericano  

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