Enrique Angelelli
Enrique Ángel Angelelli nació en Córdoba el 18 de julio de 1923.
Fue bautizado en la Parroquia del Corazón de María, de Alta Córdoba. Creció en un hogar de humildes inmigrantes italianos en la
zona norte de la ciudad. A los 15 años, en 1938, ingresó al Seminario
de Córdoba, donde estudió hasta mediados de 1948. Durante esos
años, en 1944 hizo su práctica pastoral como seminarista integrando
el grupo de Catecismo Ntra. Sra. de los Desamparados, en el Asilo de
Ancianos San Vicente. Cursó el último año de teología en Roma,
donde fue ordenado sacerdote el 9 de octubre de 1949. En 1951 obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico.
De regreso a su Córdoba natal, en septiembre de 1951, ejerció
como Vicario Cooperador en la Parroquia San José de Barrio Alto Alberdi, atendiendo a los enfermos del Hospital Clínicas. En 1953 asumió como asesor de la JOC, con sede en la Capilla Cristo Obrero.
Integró la redacción de la revista “Notas de Pastoral Jocista”, donde
quedaron registrados sus primeros escritos. Su diagnóstico de la realidad obrera contribuyó a generar nuevas condiciones de acercamiento a los trabajadores luego de la represión desatada tras el
derrocamiento del presidente Juan Perón en 1955.
Su temprana calvicie le valió el apodo de “Pelado”. A los 37 años,
en diciembre de 1960 fue designado obispo auxiliar de la arquidiócesis de Córdoba. Intervino en diversos conflictos gremiales, marcando una presencia episcopal cercana a los más humildes del
campo y la ciudad. Identificado con la renovación de la iglesia católica
promovida por el Papa Juan XXIII, participó en los debates del Concilio Ecuménico Vaticano II. El 16 de noviembre de 1965 en la misa
concelebrada en Santa Domitila (Roma), firmó con cuarenta y un obispos el llamado Pacto de las Catacumbas “Por una Iglesia servidora y
pobre”. En el Episcopado Argentino, integró desde 1967 a 1970 la
COEPAL, Comisión Episcopal de Pastoral, y al finalizar el período fue
responsable de Pastoral Popular.
En julio de 1968 al trascender la designación como obispo de La Rioja, el diario “Córdoba”
publicó: “en la actualidad es considerado una de las figuras eclesiásticas de real gravitación
en los medios obreros y gremiales del país”. A los 45 años, el 24 de agosto de 1968 asumió
la nueva misión, que sintetizó en su escudo episcopal: “Justicia y Paz”.
La diócesis de La Rioja tenía 150.000 habitantes, diseminados en 94.000 kms2
. En mayo
de 1969 la Semana Diocesana de Pastoral, constató “una situación de injusticia y violencia
que constituye un pecado institucionalizado que degrada, esclaviza y frustra a nuestro pueblo en sus legítimas aspiraciones”. Mons. Angelelli dedicó sus primeros meses a recorrer toda
la provincia, llegando hasta los lugares más inaccesibles. Pudo ver la pobreza reinante, la
explotación de los peones rurales, de los hacheros, de las empleadas domésticas, de los
obreros en las zonas mineras.
La diócesis fue organizada en cuatro decanatos, cada uno de los cuales promovió Jornadas
Pastorales, con la participación de sacerdotes, religiosas, maestros rurales, jóvenes y trabajadores. En cada decanato se impulsaron distintas formas de organización para responder
a las necesidades especialmente de la mayoría empobrecida. Las instituciones laicales fueron
declaradas en estado de asamblea para adecuar su misión y estatutos a la renovación conciliar, lo que fue resistido por grupos tradicionalistas que se opusieron a los cambios.
En los Llanos, el obispo denunció la actuación de militares de la Fuerza Aérea que pretendían apoderarse de las tierras, ocupadas ancestralmente por los pobladores, mediante maniobras seudolegales en el registro catastral. En Olta desde la parroquia se favoreció la
organización del sindicato de los mineros. La persecución de los poderosos se hizo sentir
en los agentes pastorales con allanamientos, controles vehiculares y ostensibles intimidaciones.
En el Oeste, con apoyo de los jesuitas se impulsaron cooperativas de producción y comercialización de nueces y aceitunas. Los acopiadores del lugar que explotaban a los pequeños productores resistieron con violencia, incluyendo golpizas al P. Pucheta SJ, en 1972.
Ellos mismos, con los gendarmes en 1975 encarcelaron a los cooperativistas para eliminar
la competencia y desalentar la organización.
La pastoral extendida en todo el territorio provincial tomó la fuerza del Evangelio en todos
los ámbitos de la vida de los pobladores, que comenzaron a sentirse dignificados como personas y valorados como sujetos de acciones comunitarias promotoras de solidaridad y justicia. Desde 1969 el mensaje del Obispo en las Misas radiales de los domingos en la Catedral
donde se venera a San Nicolás, llegaba a todos los rincones. La voz esperada del pastor, sin
embargo resultó molesta a quienes consideraban que ese mensaje despertaba reclamos
de derechos conculcados. Las misas radiales fueron suspendidas, primero durante todo el
año 1972 hasta la llegada del gobierno democrático de 1973; y otra vez prohibidas luego
de la instauración de la dictadura militar de 1976.
En la ciudad capital la pastoral se asentó en las periferias. En su Informe ad Limina de
1974 entregado al Papa Pablo VI, Mons. Angelelli detalló la realidad urbana. En el radio
céntrico con residencias de “familias acomodadas, individualistas, arraigadas a costumbres
tradicionalmente clasistas”. En los barrios, “obreros, peones y familias pobres venidas del interior,…poseen casa precarias o ranchos.” Desde 1970 la tradicional Misa de Nochebuena
dejó de celebrarse en la Catedral para trasladarse al barrio Córdoba Sur, debajo de un algarrobo, allí donde la gente se reunía para organizarse en la construcción de sus viviendas,
ayudados por el obispo con su camioneta. O debajo del alero de un rancho en barrio San
Vicente. O en alguna población olvidada como Talamuyuna y Aicuña, en el interior provincial.
Los terratenientes y los sectores de poder ligados a la usura, la droga y la prostitución,
denunciados por el obispo, promovieron campañas de difamaciones a través del diario El
Sol. La persecución a la iglesia riojana se incrementó luego de instaurada la dictadura militar
en marzo de 1976, con el hostigamiento, detenciones y torturas a sacerdotes, religiosas y laicos. El obispo había predicado: “No basta llenar la boca con la palabra pueblo, sino que...
exige jugarse hasta la sangre, si es preciso” (26-7-1972). Sus colaboradores le aconsejaron
alejarse de la diócesis: “Eso es lo que buscan, que me vaya para que se cumpla lo del evangelio, ‘heriré al Pastor y las ovejas serán dispersadas’”. La opción de quedarse, habiendo recibido amenazas de muerte que fueron comunicadas al Nuncio Pio Laghi, fue la coherencia
de un Buen Pastor.
El 4 de agosto de 1976, cuando el obispo Angelelli retornaba a la ciudad capital, proveniente de Chamical, fue asesinado cerca de Punta de Los Llanos. Tenía 53 años. En la sentencia penal del 2014 los jueces dijeron: “Tenemos por cierto que la maniobra brusca que
ocasionó el vuelco del vehículo que conducía Monseñor Angelelli y que desencadenó la
muerte del Obispo y las heridas que pusieron en riesgo la vida de Arturo Pinto, se produjo
por la intervención voluntaria e intencional del conductor no identificado de un vehículo
color claro (blanco o gris) presumiblemente Peugeot 404, que se interpuso en la marcha”.
El Tribunal definió que, según los informes y pericias médicas, la muerte fue instantánea al
producirse el fuerte impacto de su cabeza sobre el asfalto, luego de ser expulsado por la
puerta lateral izquierda con motivo de los vuelcos. Explicitaron también los móviles del crimen: “La relevancia que tenía para el poder militar la Pastoral de la Iglesia Riojana que desarrollaba Enrique Angelelli”; y “la documentación que celosamente guardaba Angelelli,
producto de la investigación que días previos había llevado a cabo sobre el asesinato de
los curas de Chamical y del laico de Sañogasta”. Agregaron que: “La Diócesis riojana – encabezada firmemente por la visión humanizante, de compromiso social junto a los pobres y
auténticamente cristiana de Angelelli – conmovió, a partir de 1968, a una provincia marcada
por grandes diferencias sociales, sectores rurales y poblaciones de extrema vulnerabilidad
socioeconómica.” La certeza judicial selló la convicción popular desde el mismo día del crimen.
Fuente Tiempo Latinoamericano
Comentarios
Publicar un comentario